miércoles, 3 de agosto de 2016

El tren al infierno.


Cuenta la leyenda que dos ladrones fueron cercados por la policía y, en su huida tuvieron que abandonar su vehículo de fuga y adentrarse en una estación del metro. En su desesperada carrera, comenzó un tiroteo en los pasillos de la estación en el cual un certero disparo de uno de los ladrones impacto directamente en la frente de uno de los policías, matándolo al instante.

En mitad de la confusión, y mientras el resto de agentes se escondían tras unas columnas, la pareja de delincuentes consiguió subirse a un tren mientras escuchaban a sus espalda la detonación de más disparos de los policías. Pocos instantes después la maquina emprendió su marcha, escapando dentro de ella los ladrones.

Era de noche y el vagón estaba prácticamente vacío, solo habían 2 personas más en el tren que acababa de subir. Un mugriento mendigo encapuchado que parecía inconsciente por su borrachera, aunque no soltaba una bolsa de papel con la cual protegía una botella de licor. Y un hombre con aspecto de abogado que, vestido de traje, dormía con la boca abierta y muy probablemente se habría pasado de la estación hacia bastante tiempo. Los ladrones, al comprobar que no estaban en peligro, empezaron a reír de su buena suerte y a planear un plan de fuga.


“Probablemente en la puerta de la próxima estación nos esté esperando la mitad de la policía de la ciudad; así que en cuanto bajemos de este trasto, tenemos que meternos corriendo en el túnel. Dentro ya buscaremos como escondernos o escapar”. Dijo el que parecía más inteligente de los 2; el otro asintió mientras vigilaba al resto de los pasajeros.

La estación se acercaba y asustados por la posibilidad de que un grupo de policías armados les esperaran en el andén, se agazaparon bajo los asientos, de ese modo los asientos servirían de protección en caso de comenzar un nuevo tiroteo. Pero para su sorpresa, el tren no solamente no se detuvo en la estación sino que además aumento su velocidad.


“Estos malditos nos están tendiendo una trampa, seguro que nos quieren llevar a un lugar que ya tengan controlado para evitar que muera alguien más en la estación. Seguro que han dado la orden al maquinista para que no se detenga”.

Notándose asustados, comenzaron a caminar como locos por el interior del tren mientras buscaban un modo de escapar, pero las puertas parecían selladas e incluso, disparando a la manija que les permitía cambiar de vagón, no consiguieron su propósito.

Una nueva estación paso ante sus ojos a toda velocidad, pero esta vez se dieron cuenta de un detalle que en la anterior ocasión no detectaron. La gente que había en el andén esperando no parecía inmutarse, como si no pudieran ver la potente máquina que cruzaba a toda velocidad por la vía.
El tren aun mentaba su velocidad con cada metro recorrido y parecía adentrarse en las entrañas de la tierra. Pues cada vez se podía percibir con más claridad la inclinación del vagón y su vertiginoso descenso.

“¿Qué demonios pasa aquí? Esto no lo está haciendo ningún policía”, dijo el más callado.
De repente la luz del tren comenzó a parpadear y tras cada momento se oscuridad el vagón parecía distorsionarse y volverse cada vez más tétrico. Una especie de material viscoso similar a la sangre comenzó a brotar de las paredes. Los asientos que antes parecían nuevos envejecieron de golpe y se mostraban oxidados y con el plástico derretido (¿llegaron a Silent Hill?). Era como si hubieran sido expuestos a altas temperaturas o alguien se hubiera dedicado a quemarlos con una llama.


Aterrorizados e incapaces de articular palabra, vieron como una nueva estación se acercaba, pero esta vez no encontraron un andén a su paso. En su lugar había una especie de cámara de tortura en la que despellejaba vivo a un desdichado que gritaba de dolor mientras lloraba sangre. Las cámaras se sucedían una por una y la velocidad del tren se había aminorado como para deleitar a sus pasajeros con las más crueles y brutales formas de torturar y causar dolor, que cada vez eran más sádicas y salvaje.

De pronto el tren se detuvo y el mendigo, que hasta el momento parecía inconsciente a causa de su borrachera, se levantó. Los ladrones se quedaron petrificados al observar bajo la capucha unos brillantes ojos amarillos y un rostro rojo adornado por una puntiaguda barba.

“Tú te bajas aquí, estafador;” dijo mientras levantaba con un brazo al hombre de traje y lo lanzaba fuera del vagón.

Inmediatamente un par de sombras aparecieron del suelo lo levantaron y se lo llevaron hasta un foso lleno de gusanos. El estafador comenzó a gritar mientras los gusanos le atravesaban la piel y comenzaba a devorarle por dentro.

“Estos gusanos te devoraran en  vida, como tú lo hiciste al lucrarte como un parásito del trabajo y el dinero de los demás para llevar una vida de lujos”; dijo el falso mendigo que al que ya fácilmente se podía distinguir como un demonio. “Vosotros no tendréis tanta suerte, vosotros vais mucho más abajo”.


Al día siguiente en las noticias de los periódicos anunciaron la muerte de un policía y dos ladrones que fueron abatidos a pocos metros del tren en el que pretendían escapar.

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